Por
mi trabajo, soy una persona que
constantemente tengo reuniones y mi agenda está llena de entrevistas
personales, pero en este caso era
una reunión excepcional, estábamos cerrando un negocio muy
importante y la reunión era en un edificio oficial.
Un
bedel me acompaño por diversos pasillos de la planta tercera, hasta llegar
a un despacho al final de un corredor,
con amplias vista
sobre el Manzanares.
Al
otro lado de la mesa un hombre de
aspecto serio, vestido de traje oscuro,
edad media sobre los cuarenta, corbata un tanto atrevida en colores chillones
,pelo corto, y barba muy recortada; la estatura
rondaría el metro setenta y cinco y
su peso estaría alrededor de
los setenta kilos.
El
saludo con un fuerte apretón de manos, y mirada fija en mis ojos, me hizo
empezar la reunión un tanto
desconcentrado, pero a lo largo de la entrevista, su sonrisa abierta, rozando
la carcajada, sus modos amables y su conversación amena y gestual, me
fueron relajando hasta llevar en algún momento la conversación al terreno personal.
A
veces mientras hablábamos su mirada fija
en mí, mientras su mano derecha se perdía bajo la mesa
y manoseaba su entrepierna, le daba a
la conversación una atmósfera especial.
Al
terminar la conversación, me acompaño a la puerta y tras cerrarla, mirando de
soslayo, percibí como me observaba desde el otro lado del cristal.
La
excitación de la entrevista, junto
con el largo tiempo transcurrido,
hacían que sintiera bastante presión en mi vejiga, busco a lo
largo del corredor hasta ver un cartel anunciando del baño, entro y tras
dejar la cartera encima del lavabo me
pongo relajadamente a mear, el líquido ambarino sale a presión, oloroso, de
color fuerte y caliente.
Oigo
que alguien entra, pero por respeto, ni tan siquiera me doy la vuelta; cuando a mi espalda alguien me habló.
Hombre si
tantas ganas tenías, podías habérmelo dicho y yo mismo te hubiera acompañado.
Volví
la cabeza y lo encontré a mi lado, secándose las manos,
con su sonrisa más cálida, y su mirada más
picara.
Sin
tan siquiera apartar la mirada de mis ojos, se llevó la mano al paquete y de
manera ostentosa, se lo tocó, marcó descaradamente su rabo y se aseguró de que
me fijara bien en ello
y el gran tamaño del instrumento.
Mirándole
fijamente me doy la vuelta, mi nabo había
crecido y estaba en pleno esplendor, me
mira se sonríe, se acerca, me coge de la
nuca, me agarra la polla, me come la
boca, mete su lengua hasta el fondo de
mi garganta, y al retirar su cara de la
mía, me dice.
Me
quedo un poco aturdido, tartamudeo hasta que logro pronunciar palabra y un lacónico “de acuerdo”, sale de mis labios.
Recorremos
de vuelta el trayecto andado, él va
delante de mi unos pasos, los pantalones de lana fría le marcan un culo esculpido, moldeado de
largas horas de gimnasio, vuelve la cabeza, me sonríe, se ha dado cuenta de mi
mirada descarada a su culo y dejándome acercar a él, me susurra, podrás hacer con él lo que quieras
si eres generoso conmigo.
El
comentario, me ruboriza, no sé, en qué sentido lo dice y por mi mente se cruza el famoso dicho “de donde sacas la olla, no metas la polla”, pero ya es tarde,
las cartas están encima de la mesa y no hay vuelta atrás.
Entramos
a su despacho, de nuevo se va tras la mesa, aprieta un botón
en el teléfono y le oigo que dice.
Elena,
por favor, hasta nuevo aviso estaré en una reunión muy importante, no me
pase llamadas, ni me moleste bajo ningún concepto, tome nota de cualquier incidencia y cuando
concluya la reunión, ya me pondrá
al corriente.
Se
acerca al ventanal que da al
pasillo interior, corre las cortinas y aflojándose el nudo de la corbata se acerca a
mí que permanezco de pie en medio de la
sala.
Al
verle aproximarse, dejo caer el maletín sobre la silla más próxima y noto como me abandono entre sus brazos.
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