Hacía tiempo que cazábamos juntos,
Pep y yo; teníamos muchas cosas en común, tantas que a veces no se sabía muy
bien cuál era el pensamiento de uno y
del otro, ni cuáles eran las
preferencias que nos diferenciaban, los dos íbamos en el mismo pack, incluso a
veces a mí me llamaban Pep, y al el Xavi.
Algún fin de semana nos juntábamos el viernes para una comida tardía y no
nos separábamos hasta el lunes a la hora
en que cada uno debíamos de acudir a nuestros respectivos trabajos, cosa que el algunos casos gracias a los turnos no era hasta
tarde noche el momento de la separación.
A los dos nos encajaba más o menos el mismo tipo de
hombres, pero sobre todo nos perdía el
morbo, nos perdía una actitud, una forma
de afrontar el sexo, marcado por la hombría y la falta de feminidad en nuestras
conquistas.
Entre risas solíamos decir, que para follar con nenas, nos buscábamos hembras reales, éramos alérgicos a la pluma
en general.
Dos tíos en la treintena, en esa
edad plena, donde nada se te pone por medio y el cansancio físico no
hace mella, incluso después de toda una
noche de cachondeo.
Físicamente complementarios, el delgado
pero marcado de horas de
gimnasio, yo fuerte pero definido, en ese punto medio entre el
cachas y el tío marcado por el esfuerzo físico del trabajo.
Yo aún no había pasado
de los treinta y cinco mientras él
se acercaba ya a los treinta y ocho
y nuestras noches de
juerga eran comentario entre
algunos núcleos de Chueca.
En un principio cuando nos conocimos, me llamó la atención de lo conocido que
era, unas semanas antes había sido
imagen de unos carteles de una famosa fiesta bajo el paraguas del Día del Orgullo, y por ese
motivo eran legión de jovencitos plumeros los que bebían los vientos por él, y lo perseguían
y acosaban haya donde fuéramos, este cartel, agregado a su metro
ochenta largo, su cara de ángel
y sus melancólicos
ojos azules acompañados de esa
perilla romántica del siglo XIX,
eran sus bazas más marcadas, pero metido en faena, esa cara angelical se convertía en osadía, en bravura y
feromonas electrificando cada
rincón del local que pisábamos.
Yo era nuevo en
este sitio, hacía poco me había desplazado de Barcelona y a
pesar de ser físicamente una persona estándar, mi cara
de chico
bueno y la novedad en la plaza
me hacía codicia de muchos ojos.
Mido
metro setenta y cinco, mi peso está rondando los ochenta kilos, y esa
marcada complexión fuerte, junto con mi
cara de camionero y mis andares de
albañil de la construcción, nos convertía en un dúo altamente llamativo.
Después metidos en materia, y en los
locales que más nos gustaban éramos
todo una exhibición ,hasta el punto que
a veces ni tan siquiera nos
permitían tomarnos relajadamente una copa y este es el caso con el que voy a comenzar esta serie de
relatos que quiero compartir con
vosotros y que como título genérico los
llamaré, después de las doce, ya que
es la hora a la que comenzamos
normalmente nuestra cacerías.
Ya era cerca de la una de la
madrugada, después de varios garitos para matar el tiempo llegamos
a nuestro favorito en Malasaña.
Extrañamente había poca gente, en el ropero siete
u ocho perchas ocupadas, me asome al local antes de desnudarnos y al comentarlo con el camarero, se rió
y me dijo, ya sabes, fin de mes,
eso se nota siempre.
Nos acomodamos en la barra, en la
esquina próxima al slim, Pep, fue al servicio,
y desde ese rincón pude ver a los dos tíos que había tomando sus cervezas en la barra, y la verdad,
pensé que de ser esto lo que había en el
local, sería una noche muy tranquila.
Llevaba más de cinco minutos de espera, y seguía
solo, lo cual me daba esperanzas, pero
en esos pensamientos estaba, cuando
lo vi salir, su mástil apuntaba
alto, y una sonrisa iluminaba su
cara.
- ¿Qué, ya te han calentado?
- Bueno solo un poco de juego, me apetece ser travieso, y
creo que hay la gente adecuada.
Me
soltó una sonrisa de esas
suyas que sin decir nada te lo deja todo
lo suficientemente claro y seguimos
bebiendo nuestras cervezas, mientras que tres
tíos que salieron uno detrás del
otro del cuarto oscuro desfilaban a
nuestro lado una y otra vez, esperando
no sé qué señal, o que indicación, pero antes o después estaba seguro
que algo acontecería.
- Ahora verás,
Me dijo Pep, mientras chasqueaba los
dedos.
Me quede expectante, de los tres tíos
que pululaban a nuestro alrededor dos de
ellos se acercaron, agacharon la cabeza
se arrodillaron ante él, y cada uno por
una pierna, esas potentes
piernas como columnas de templos sagrados subía lamiéndola desde los
pies en los gemelos le daban
ligeros mordisquitos con los labios, en la corva de la rodilla se esforzaban
por lamer cada milímetro y buscar
los puntos más placenteros
mientras el sin dejar de mírame
y dando una fuerte calada al cigarrillo que tenía
entre los labios, me decía
- ¿Ves cómo te he dicho que la
noche daría para juego?
El tercero de modo receloso pasaba cerca, se paraba unos instantes y
cuando por enésima vez trataba de
emprender camino, Pep, lo espeto
diciéndole.
- Tu cabrón, ¿no ves que tienes
trabajo?
Se paró en seco, se clavó de rodillas
delante de mí, y hundiendo su
lengua en mis ingles, empezó a lamer mi entrepierna
con verdadera pasión.
Pep, se levantó de la banqueta, se
puso en pie, y cogiendo a uno de ellos
por los huevos, el más grande y
vicioso, lo llevo a la cruz de San Andrés y tras inmovilizarlo brazos y piernas, se limitó a
jugar con él.
Le cogió, de la mandíbula, mientras
le GRITABA
- ! Abre la boca, cabrón¡
Bebió un largo trago de cerveza y
acercando su boca a la de él, se limitó a transvasar una
buena porción de líquido de boca a boca.
Al segundo lo cogió de los pelos y
arrastrándolo de rodillas hasta donde ellos estaban, lo puso a lamer la
entrepierna del que estaba inmovilizado, llevándole su boca hasta su entrepiernas, y
situándole tras él, sentado en el suelo,
apoyado contra la pared y con el culo del primero delante de su
boca, le grito.
- ! Tú, perro, lame ese culo, límpialo bien, y lubrícalo, para lo que
venga después ¡
El perro aferro con las dos manos a los muslos del otro y dando un fuerte gemido como respuesta a la orden de Pep, se dedicó efusivamente a su labor, mientras el otro perro jadeaba del
gusto y del dolor que las
manos de Pep, le proporcionaba en los
pezones retorciéndoselos de manera
inmisericorde.
Yo seguía el espectáculo
tranquilamente, pero cada vez más excitado por la experta lengua que jugaba en mi entrepiernas, con mis huevos y a
veces de manera osadamente en la entrada de mi culo.
Entonces Pep miró al camarero, este se acercó, ya que
tampoco se estaba perdiendo la acción,
y le pidió un dildo
y unas pinzas.
Se mojó la yema de los dedos, acaricio nuevamente cada uno de los pezones, y
cuando más relajado estaba el perrote
por el placer del masaje, le colocó, sin consideración alguna, las pinzas.
Una exclamación salió como
un aullido de la boca del tío, pero Pep,
con un fuerte revés en la cara
lo aplacó.
El perrote calló, cerró los ojos y se
relajó disfrutando del masaje que el
otro tío con la lengua le estaba proporcionando.
Pep se agachó, le ofreció el dildo a lamer al
otro tío y cuando este
jugaba con su lengua entre el culo y el juguete, se lo hundió no sin cierta
violencia hasta el fondo de un solo
golpe.
- ¡Sujétalo sin que se salga¡
gritó al otro perrako.
Entonces se dirigió al camarero, le habló algo al oído que no pude oír y
después de obtener la aprobación de este, se colocó enfrente
de perrako atado.
- ¿Cómo estas cabrón?
- En la gloria Señor.
Entonces indicó al otro perrako que
le sacase casi del todo el dildo, cuando
estaba a punto de salir, le
ordenó que lo metiera hasta el fondo.
Un fuerte gemido fue la respuesta del
perrako, mientras Pep, empezó a
mearle todo le pecho y el
pubis, este al sentir el chorro
caliente, no se pudo aguantar y se corrió sobre la pierna de Pep.
Cuando estaba soltando los chorros de leche, le
dijo a al otro perrako que le sacara
el dildo de golpe, y le limpiara la leche de las piernas.
Después de lamerle hasta la última
gota, le tiró contra el suelo y le
dijo:
- AHORA CABRÓN, LIMPIA HASTA LA ÚLTIMA GOTA DE MEOS DEL
SUELO, DESPUES, SI QUIERAS SUELTAS A ESTE PERRO.
yo dí una patada al que tanto
placer me estaba dando ,y al acercarse Pep, me dijo:
- Bueno, ¿qué te parece el comienzo
de la noche?
No está mal, pero
necesito vaciar también mi vejiga.
El perro se acercó nuevamente a mí,
abrió la boca y sujetándole bien la cabeza, fui descargando lentamente
debido al empalme que tenía, permitiendole tragarlo todo lentamente sin
desperdiciar ni una sola gota.
Nos pedimos una nueva cerveza, y seguimos en animada charla con el camarero, como si lo ocurrido hasta el momento hubiera sido
un pequeño aperitivo de lo que la noche
nos deparaba.