jueves, 20 de junio de 2013

Después de las doce

Hacía tiempo que cazábamos juntos, Pep y yo; teníamos muchas cosas en común, tantas que a veces no se sabía muy bien cuál era el pensamiento de uno  y del otro,  ni cuáles eran las preferencias que nos diferenciaban, los dos íbamos en el mismo pack, incluso a veces a  mí  me llamaban Pep,  y al el Xavi.

Algún fin de semana  nos juntábamos el viernes  para una comida tardía  y  no nos separábamos  hasta el lunes a la hora en que cada uno debíamos de acudir a nuestros respectivos trabajos, cosa  que el algunos casos  gracias a los turnos no era  hasta  tarde noche el momento de la separación.
A los dos  nos encajaba más o menos el mismo tipo de hombres, pero sobre todo  nos perdía el morbo, nos perdía una actitud, una forma  de afrontar el sexo,  marcado  por la hombría  y la falta de feminidad en nuestras conquistas.
Entre risas solíamos decir, que  para follar con nenas, nos buscábamos  hembras reales, éramos alérgicos a la pluma en general.
Dos tíos en  la treintena, en  esa  edad plena, donde nada se te pone por medio y el cansancio físico no hace mella, incluso después de toda  una noche de cachondeo.
Físicamente complementarios, el  delgado  pero  marcado de horas de gimnasio, yo  fuerte  pero definido, en ese punto medio entre el cachas  y el tío marcado  por el esfuerzo físico del trabajo.
Yo aún no  había pasado  de los treinta y cinco  mientras él se acercaba ya  a los treinta  y ocho  y  nuestras  noches de  juerga eran  comentario  entre  algunos  núcleos de Chueca.

En un principio  cuando nos conocimos,  me llamó la atención de lo conocido que era,  unas semanas antes había sido imagen de unos carteles de una famosa fiesta bajo el  paraguas del Día del Orgullo, y por ese motivo  eran legión de  jovencitos plumeros  los que bebían los vientos por él, y  lo perseguían  y acosaban haya donde fuéramos, este cartel, agregado a su  metro  ochenta largo, su cara de ángel  y  sus  melancólicos  ojos azules acompañados de esa  perilla  romántica del siglo XIX, eran sus bazas más marcadas, pero metido en faena, esa cara angelical  se convertía en  osadía, en bravura  y  feromonas electrificando   cada rincón del local  que pisábamos.
Yo era  nuevo en  este sitio,  hacía poco  me había desplazado de Barcelona  y  a pesar de  ser  físicamente una persona estándar, mi cara de  chico  bueno  y la novedad en  la plaza  me hacía  codicia  de muchos ojos.
Mido  metro  setenta y cinco,  mi peso está rondando los ochenta kilos,  y  esa marcada complexión fuerte,  junto  con  mi cara de camionero  y mis andares  de  albañil de la construcción, nos convertía en un dúo altamente llamativo.
Después  metidos en materia, y  en  los locales que más nos gustaban  éramos todo  una exhibición ,hasta el punto que a veces  ni tan siquiera nos permitían  tomarnos  relajadamente una copa y este es el caso  con el que voy a comenzar esta serie de relatos que  quiero compartir con vosotros y que como título genérico  los llamaré, después de  las doce, ya que es  la hora a la que comenzamos normalmente nuestra cacerías.
Ya era cerca de la una de la madrugada, después de varios garitos para matar el tiempo  llegamos  a nuestro favorito en  Malasaña.

Extrañamente  había poca gente, en el ropero  siete  u  ocho  perchas ocupadas, me  asome al local antes de desnudarnos  y al comentarlo con el camarero,  se rió  y me dijo, ya sabes,  fin de mes, eso se nota siempre.
Nos acomodamos en la barra,  en  la esquina próxima al slim, Pep, fue al servicio,  y  desde ese rincón  pude ver a los dos tíos que había  tomando sus cervezas en la barra, y la verdad, pensé que  de ser esto lo que había en el local, sería una  noche muy tranquila.
Llevaba  más de cinco minutos de espera, y seguía solo, lo cual  me daba esperanzas,  pero  en esos pensamientos estaba, cuando  lo vi salir, su mástil apuntaba  alto, y una sonrisa  iluminaba su cara.

- ¿Qué,  ya te han calentado?
- Bueno solo  un poco de juego, me apetece ser travieso, y creo  que hay  la gente adecuada.
Me  soltó  una sonrisa de esas suyas  que sin decir nada te lo deja todo lo suficientemente claro  y seguimos bebiendo nuestras cervezas, mientras que tres  tíos que salieron  uno detrás del otro del cuarto oscuro desfilaban  a nuestro lado  una y otra vez, esperando no sé qué  señal, o  que indicación, pero  antes o después  estaba seguro  que algo acontecería.
- Ahora verás,
Me dijo Pep, mientras chasqueaba los dedos.
Me quede expectante, de los tres tíos que pululaban a nuestro alrededor  dos de ellos se acercaron, agacharon  la cabeza se arrodillaron ante él,  y cada uno por una  pierna, esas  potentes  piernas como columnas de templos sagrados subía lamiéndola desde los pies  en los gemelos  le daban  ligeros mordisquitos con los labios, en la corva de la rodilla  se esforzaban  por  lamer cada milímetro y  buscar  los puntos más placenteros  mientras el sin dejar de mírame  y  dando  una fuerte calada al cigarrillo que tenía entre  los labios,  me decía

- ¿Ves cómo te he dicho que la noche  daría para juego?
El tercero  de modo receloso  pasaba cerca, se paraba unos instantes y cuando  por enésima vez trataba de emprender camino, Pep, lo espeto   diciéndole.
- Tu cabrón, ¿no ves que tienes trabajo?

Se paró en seco, se clavó de rodillas delante de mí, y hundiendo  su lengua  en  mis ingles, empezó a lamer  mi  entrepierna con verdadera pasión.
Pep, se levantó de la banqueta, se puso en pie, y cogiendo a  uno de ellos por los huevos, el  más grande  y  vicioso, lo llevo a la cruz de San Andrés y tras  inmovilizarlo brazos y piernas, se limitó a jugar  con él.
Le cogió, de la mandíbula, mientras le GRITABA
- ! Abre la boca, cabrón¡
Bebió un largo  trago de cerveza  y  acercando su  boca a  la de él, se limitó a transvasar una buena  porción de líquido de boca a boca.
Al segundo lo cogió de los pelos y arrastrándolo de rodillas hasta donde ellos estaban, lo puso a lamer la entrepierna del que estaba inmovilizado, llevándole  su boca hasta su entrepiernas,  y   situándole tras él, sentado en el suelo,  apoyado contra la pared  y  con el culo del primero delante de su boca,  le grito.

- ! Tú, perro, lame ese culo,  límpialo bien, y  lubrícalo, para lo  que  venga después ¡

El perro  aferro con las dos manos  a los muslos del otro y dando  un fuerte gemido  como respuesta a la orden de Pep, se dedicó  efusivamente a  su labor, mientras el otro perro  jadeaba del  gusto y del dolor que  las manos  de Pep, le proporcionaba en los pezones retorciéndoselos de  manera inmisericorde.
Yo seguía el espectáculo tranquilamente,  pero  cada vez más excitado  por la experta lengua que jugaba  en mi entrepiernas, con mis huevos  y  a veces de manera osadamente en la entrada de mi culo.

Entonces Pep  miró al camarero, este se acercó, ya que tampoco  se estaba perdiendo la acción, y  le pidió  un dildo  y unas pinzas.
Se mojó la yema de los dedos,  acaricio nuevamente cada uno de los pezones, y cuando más relajado estaba el perrote  por el placer del masaje,  le  colocó, sin consideración alguna,  las pinzas.
Una exclamación salió  como  un  aullido  de la boca del tío, pero  Pep,  con un fuerte revés  en  la cara  lo aplacó.
El perrote calló, cerró los ojos  y  se relajó disfrutando del  masaje que el otro tío con la lengua le estaba proporcionando.
 Pep se agachó, le ofreció el dildo a lamer al otro tío  y  cuando este  jugaba  con  su lengua entre el culo  y el juguete, se lo hundió no sin cierta violencia  hasta el fondo de un solo golpe.
- ¡Sujétalo sin que se salga¡
gritó al  otro perrako.
Entonces  se dirigió al camarero,  le habló algo al oído que no pude oír y después de obtener la aprobación de este, se colocó  enfrente  de  perrako  atado.


- ¿Cómo estas cabrón?
- En la gloria Señor.
Entonces indicó al otro perrako que le sacase casi del todo el dildo, cuando  estaba a punto de salir,  le ordenó  que lo metiera  hasta el fondo.

Un fuerte gemido fue la respuesta del perrako, mientras  Pep, empezó a mearle  todo le pecho  y  el pubis, este al sentir  el chorro caliente, no se pudo aguantar  y  se corrió sobre la pierna de Pep.
Cuando  estaba soltando  los chorros de leche,  le  dijo a al otro perrako  que  le sacara  el dildo de golpe,  y  le limpiara la leche de  las piernas.
Después de lamerle hasta la última gota,  le tiró  contra el suelo  y  le dijo:
- AHORA CABRÓN,  LIMPIA HASTA LA ÚLTIMA GOTA DE MEOS DEL SUELO, DESPUES, SI QUIERAS SUELTAS A ESTE PERRO.
yo dí una patada al que tanto placer  me estaba dando ,y al  acercarse Pep, me dijo:
- Bueno, ¿qué te parece el comienzo de la noche?
No está mal,  pero  necesito vaciar también mi vejiga.
El perro se acercó nuevamente a mí, abrió la boca  y sujetándole  bien la cabeza, fui descargando lentamente debido al empalme que tenía, permitiendole tragarlo todo lentamente sin desperdiciar ni una sola gota.

Nos pedimos una nueva cerveza,  y seguimos en animada charla  con el camarero, como si  lo ocurrido hasta el momento  hubiera sido  un pequeño aperitivo de lo que la noche  nos deparaba.



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