domingo, 2 de junio de 2013

La Noche en Blanco

La noche en Blanco

Son las ocho de la tarde del sábado, hoy en Madrid  se celebra nuevamente la noche  en blanco, casi dos centenares de eventos  culturales se desarrollarán  por distintos escenarios del centro de la ciudad.

Mi estado anímico está bajo mínimos, estoy cabreado con el mundo entero  y conmigo mismo, mis colegas se han ido de acampada y me encuentro solo, con la moral por los  suelos y sin un plan claro para el fin de semana.

Aún no he conseguido  salir de mi atontamiento  la siesta ha sido larga y aunque  sigo sin levantarme del sofá, mi cabeza se resiste a  permanecer inmóvil, quiere acción, quiere planear  la noche, quiere  que  recupere mi autoestima, pero  hasta mi libido  que suele ser  el detonante de  mi nuevo resurgir, el punto de inflexión de mi estado de ánimo se resiste a colaborar.

Una larga  y  tibia ducha tonifican mi piel, un gran vaso de café con hielo, despierta mi mente, de forma automática me seco,  me visto y sin nada establecido salgo a la calle sin un plan definido como  desde hacía mucho tiempo no lo llevaba a cabo.

Me desplazo por el Madrid de los Austrias, en una pequeña plaza  encuentro a un grupo  escenificando  una situación, la vistosa ropa me hace  fijarme por unos segundos en ellos, luego giro la cabeza  para continuar  hacia otro espectáculo, pero  mi vista se queda trabada, no me sigue.

Paro, me concentro, vuelvo la cabeza, si es él, ese vaquero  que marca un culo redondo, altanero, es como una segunda piel  que recubre esas nalgas y esa espalda perfecta, unas piernas potentes, una camisa azul marino llega hasta un cuello fuerte, robusto coronado  por una cabeza rapada, la altura  no  es superior al metro setenta, pero las proporciones son perfectas.

Clavo mi mirada en él, mis ojos como dos haces de luces infrarrojas se han clavados en su cuerpo, por un momento temo que  llegue a percibirlos, por unos segundos soy incapaz  de apartar mi mirada y continuar  camino.


El gira  su cabeza, unos ojos color almendras, rasgados, vivaces y picarones me miran, una sonrisa  se refleja  en su cara, haciendo más prominente  esa perilla pelirroja  que enmarca  su boca.

Sus labios gruesos, sensuales, se humedecen  mientras  entreabre  la  boca y vuelve a  girar   la cabeza interesándose por el espectáculo.

Sigo unos segundos más como hipnotizado, necesito sacudirme la cabeza  para salir de  mi ensimismamiento  y continuar calle  abajo  hacia la Plaza Mayor.

La luz del día había dejado  paso a las farolas  y  un juego de luces  y sombras entrecruzadas  daban una nueva perspectiva de las callejuelas, cuando por el arco de Cuchilleros  hago entrada en  la Plaza Mayor.

Recorro  de rincón a  rincón  la plaza  con la mirada, al menos   cuatro grupos de gente rodean sendos espectáculos, y mi vista se vuelve a fijar  en  una columna a la izquierda, detrás de ella los vaqueros  y  la camisa  azul oscuro, presto atención, décimas de segundo después por el otro lado de la misma la perilla pelirroja, los ojos  picarones  y la sonrisa me provocan  con la mirada.


Mi voluntad desaparece, mis pies  tomando  plena decisión  le siguen, a  la derecha sale  a la calle Toledo,  voy detrás de él, el mundo desaparece ante mí, y solo existe él, solo  veo  su culo, su sonrisa, su mirada provocadora.




Al cabo de un rato, se para, busca en el bolsillo  y saca unas llaves ante  un viejo  portalón de madera en estado deplorable, lo abre  entra pero se preocupa de que no cierre del todo.

Dudo unos segundos antes de empujarlo  e introducirme  en su interior, cuando lo hago me giro  para asegurarme que queda bien cerrada, cuando   unas manos  me levantan los brazos  sobre  la fría madera, mientras me  oprimen el cuerpo sobre ella  y el propio cuerpo.

No me había dado tiempo a encender la luz  y  la  poca claridad que se filtra desde la calle me impide apreciar poco más  que un bulto, puedo sentir  su aliento en  mi cuello, su calor  corporal al contacto de su cuerpo  y  el mío, su respiración tranquila  y pausada.

Iba a  empezar a protestar, cuando su voz imperiosa, me pidió que me callara, para continuar  casi en un susurro al tiempo que besuqueaba mi cuello, diciéndome las ganas que me tenía desde hacía tiempo.

- ¿Nos conocemos? - pregunte  ingenuamente.

- Claro que sí, me contestó, al tiempo que volteaba mi cuerpo,  y  sus labios  y los míos confluían en un primer beso apasionado.


En la oscuridad, sus  ojos tomaron vida,  su sonrisa se ilumino  y en mi cerebro esos rasgos empezaron a tomar  forma y a recordarme a alguien.

¡Vamos a mi casa! Son cinco pisos, pero  después te sabré recompensar.

Mi memoria se había puesto en funcionamiento, durante los distintos tramos de escalera  trabajan a un ritmo  trepidante , tratando de  identificarlo, provocando  que al llegar por fin a la buhardilla ,estuviera  física  y  mentalmente  extenuado,

Me deje caer  sobre  un sillón, mientras me traía  la bebida que me  había ofrecido, con la mirada recorría  cada rincón de la sala buscando  una pista que lo identificara, pero  a pesar de estar  toda la pared recubierta de pinturas no encontré una sola fotografía que me ayuda en la empresa  que me ocupaba.

Al volver de la  cocina con las cervezas le vi  que traía  un trozo de papel que dejo  en la entrada  bajo las llaves de la casa.

Se me acerco despacio, su torso desnudo, se había quitado la camisa, su piel clara, su pecho imberbe, pero  definido y  dos pezones bien  marcados era todo una provocación, su cara de niño malo, reflejaban  poco más de veinte años.


Según se aproximaba me puse en pie, le puse una mano en la nuca, otra  en  el culo y lo atraje  hacia mi mezclándonos en  un  beso húmedo, su lengua, su  saliva, inundaban  mi boca, sus labios  mordían  los míos, mientras sus manos trataban de arrancarme  la camiseta  y desabrocharme los pantalones.


El niñato  me estaba confundiendo todo el tiempo  y yo me estaba dejando llevar, me sacó  la polla, se arrodillo   e  hizo desaparecer  mi  nabo en su boca.

Cerré los ojos y me entregué  al juego perdiendo la noción del tiempo.

Cuando note como la vejiga  no podía aguantar  mucho más tiempo sin evacuar, le pedí que parara  para  ir al baño.

Levantó  la  mirada, sus ojos se  clavaron en los míos, me sonrió,  su mirada se hizo turbia mientras me dijo.

- ¿No te vale el recipiente que tienes  para mear dentro?


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