Por fin había llegado a Madrid hace
algunos meses, la crisis de la construcción había sido el empujón necesario,
aquí ya tenía acomodo y medios para
vivir.
El cambio había sido radical, ahora
ya se me estaban borrando de las manos
los callos y en el tema de sexo
el abanico era tan amplio, tan brutal comparado a provincias de dónde
vengo que para mí era
el paraíso.
Mi roll de macho castigador, mi
porte, metro ochenta y cinco y mis
casi ochenta y cinco kilos de peso, hacía
que muchos tíos volvieran la cabeza al
cruzarse conmigo por la calle..
He de reconocer que mi cara también me ayuda y los
treinta años es la edad perfecta
para los más jovencitos que
buscan experimentados y para
los maduritos que no le van los niñatos.
En estas pocas semanas mi vida sexual había sido tan
intensa que en algunos momentos ya empezaba a sentirme
un tanto hastiado de tanta promiscuidad y tanto
polvo desaforado.
En alguna noche de desvelo, incluso
me sentía una polla andante y esto por primera vez en mi vida empezaba a
preocuparme, era una nueva alarma hasta
ahora desconocida en mí, una alarma que me alertaba del exceso de sexo, o tal vez del
aburrimiento y la monotonía
que me estaba llegando al
ser en
este bendito Chueca algo
tan accesible.
Lo que si había empezado a
observar, que me excitaba
cuando algún tío, se lanzaba a tocarme el culo a jugar con él, eso me ponía
mas burro y luego a la hora de entrar a
matar, remataba faena con mayor brutalidad de lo normal, con lo que
mi reputación en el foro
ya corría de boca en boca y
algunos me llamaban el torito.
Pero
en mi fuero interno, en mi más profunda
intimidad, fantaseaba con
enfrentarme un día a un macho de verdad, a
un macho que en la lucha cuerpo, en la igualdad de la lucha, el que saliera victorioso,
obtuviera del otro aquello que más le apeteciera, sin
mediar palabra, sin hacer caso a
suplicas, solo la sumisión del perdedor ante el macho victorioso, ante
el macho alfa.
Fue después de una noche de
estas, en la
madrugada a la hora de levantarse casi, me desperté,
sudoroso, pensando en una situación así
y con la polla pegada a mi
vientre dura poderosa como nunca.
Después de una buena ducha refrescante
salí a la calle a
hacer unas gestiones y tras el
café en el café de la esquina de abajo, me fui al supermercado de al lado para
adquirir alguna cosas necesarias.
Llevaba algún tiempo fijándome en los
tíos más chungos, marroquís, algún brasileiro moreno y de
nuevo mi mente se disparaba, y mis más
bajos instintos afloraban.
Era un supermercado de estos de
gama baja, donde
moros, rumanos, polacos
son la clientela que más lo
frecuenta. Estaba agachado buscando un artículo
dispuesto en la parte
más bajas de la estantería,
cuando un cuerpo se froto contra el mío tratando de pasar al otro lado, no lo había
visto llegar, pero si un
olor especial, me anunció su
llegada, y el roce de su cuerpo con el mío, disparo mi imaginación y el resorte de mi rabo.
Al pasar lo mire, era árabe, pantalones
vaqueros sucios y ese
olor, agridulce, mezcla de poco limpieza
y de piel distinta a la nuestra, el olor de esas
chupas de cuero negra que como
uniforme suelen usar todos en
invierno, y esa cara de piel oscura mal afeitada de varias días
sin ser rasurada, me hicieron seguirlo a la caja sin
haber conseguido las cosas
que había venido a buscar, mi olfato seguía la estela de ese olor, la
rastreaba al mismo tiempo que me hacía
sentir como una puta, como un objeto
para su uso, como una fuerte esnifada de poppers que me erizaba la
piel y me abría los poros en canal.
En
la caja de modo casi
indisimulado me aproximaba más a él me quería
imbuir en el, quería ser él,
o que el estuviera
tan cerca de mí que nuestro cuerpos fueran uno, que nuestro sudor fuera una capa que envolviera a los dos cuerpos que nuestros gemidos fueran un único alarido, que nuestras almas vagaran unidas por el espacio sin límite de tiempo ni espacio.
En una de estas envestidas, el tío se dio cuenta, me miró sonrió para sus
adentros y tras recoger las vueltas que
la cajera le daba salió del local.
Salí de mi ensoñación, pagué los pocos artículos que llevaba en la cesta
y salí del local algo defraudado.
Al volver la esquina, me lo encuentro
discutiendo con otro marroquí, no me había percatado de que no estaba solo, y definitivamente mi
sueño se desvaneció.
Al acercarme los oía gritarse, pero según me acerque un silencio sepulcral, daba la impresión como si estuvieran hablando
de mí, o era mi calentón que seguía
vivo.
A su altura, los mire, y el
desconocido, me clavo la mirada y
en un
no muy claro castellano, me dijo
¿VAMOS?
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