miércoles, 1 de mayo de 2013

Los Moros


Por fin había llegado a Madrid hace algunos meses, la crisis de la construcción había sido el empujón necesario, aquí  ya tenía acomodo y medios para vivir.
El cambio había sido radical, ahora ya se me estaban borrando de las manos  los callos  y en el tema de sexo el abanico  era tan amplio,  tan brutal comparado a provincias de dónde vengo que  para  mí era  el paraíso.
Mi roll de macho castigador, mi porte, metro  ochenta y cinco  y  mis casi  ochenta y cinco kilos de peso, hacía que muchos tíos volvieran  la cabeza al cruzarse conmigo por la calle..

                                                      

He de reconocer  que mi cara también me ayuda  y  los treinta años es  la edad  perfecta   para los más jovencitos que  buscan  experimentados  y  para los maduritos que no le van los niñatos.
En estas pocas semanas  mi vida sexual había sido  tan  intensa  que  en algunos momentos ya empezaba  a sentirme  un tanto  hastiado de  tanta promiscuidad  y tanto  polvo desaforado.
En alguna noche de desvelo, incluso me sentía una polla andante  y  esto por primera vez en mi vida empezaba a preocuparme, era una  nueva alarma hasta ahora desconocida en mí,  una alarma  que me alertaba  del exceso de sexo, o tal vez del aburrimiento  y  la monotonía  que  me estaba llegando al ser  en  este bendito  Chueca  algo  tan accesible.
Lo que si había  empezado a  observar, que me  excitaba cuando  algún tío, se lanzaba  a tocarme el culo a jugar con él, eso me ponía mas burro y  luego a la hora de entrar a matar, remataba faena  con  mayor brutalidad de lo normal,  con lo que  mi reputación  en  el foro  ya corría de boca en boca  y algunos me llamaban el torito.
Pero  en mi fuero interno, en  mi  más profunda  intimidad, fantaseaba  con enfrentarme un día a un macho de verdad, a  un  macho que  en la lucha cuerpo, en la igualdad de la  lucha, el que saliera victorioso, obtuviera  del  otro aquello que más le apeteciera, sin mediar  palabra, sin  hacer caso a  suplicas, solo la sumisión del perdedor ante el macho victorioso, ante el macho alfa.
Fue después de una noche de estas,  en  la  madrugada  a  la hora de levantarse casi,  me desperté,  sudoroso, pensando en una situación así  y  con la polla pegada a  mi  vientre  dura  poderosa como nunca.
Después de una buena ducha  refrescante  salí a  la calle  a  hacer unas gestiones  y tras el café  en el café de la  esquina de abajo, me fui  al supermercado de al lado  para  adquirir alguna cosas  necesarias.
Llevaba algún tiempo fijándome  en  los tíos más  chungos, marroquís,  algún brasileiro moreno  y  de nuevo mi mente se  disparaba, y mis más bajos instintos  afloraban.
Era un supermercado de estos de gama  baja,  donde  moros,  rumanos,  polacos  son   la clientela que más lo frecuenta. Estaba agachado buscando  un artículo dispuesto  en  la parte  más bajas de  la estantería, cuando  un cuerpo se froto contra  el mío tratando de pasar al otro lado, no lo había visto llegar,  pero  si  un olor  especial, me anunció su llegada,  y  el roce de su cuerpo con el mío, disparo  mi imaginación  y el resorte de mi  rabo.
Al pasar lo mire,  era  árabe,  pantalones  vaqueros sucios  y  ese  olor, agridulce, mezcla de poco limpieza  y  de  piel distinta a la nuestra, el olor de esas chupas  de cuero negra que como uniforme  suelen  usar todos en  invierno, y esa cara  de piel oscura  mal afeitada de varias  días  sin ser rasurada, me hicieron  seguirlo a  la caja  sin  haber  conseguido las  cosas  que  había venido a buscar,  mi olfato seguía la estela de ese olor, la rastreaba al mismo tiempo  que me hacía sentir  como una puta, como un objeto para su uso, como  una fuerte  esnifada de poppers que me erizaba la piel  y me abría los poros en canal.

                                                            

En  la caja de modo casi  indisimulado  me aproximaba más a él  me  quería imbuir  en el, quería ser  él,  o  que el  estuviera  tan cerca de mí que nuestro cuerpos fueran  uno, que nuestro sudor  fuera una capa que envolviera a  los dos cuerpos que  nuestros gemidos  fueran un único alarido, que    nuestras almas vagaran unidas  por el espacio sin límite  de tiempo ni espacio.
En una de estas envestidas,  el tío se dio cuenta, me miró sonrió para sus adentros  y tras recoger las vueltas que la cajera  le daba salió del local.
Salí de  mi ensoñación,  pagué los pocos  artículos que llevaba en  la cesta  y  salí del local  algo defraudado.
Al volver la esquina, me lo encuentro discutiendo con otro marroquí, no me había percatado  de que no estaba solo, y definitivamente mi sueño se desvaneció.
Al acercarme  los oía gritarse,  pero según me acerque  un silencio sepulcral, daba la impresión  como si estuvieran  hablando  de mí,  o era mi calentón que seguía vivo.





A su altura, los mire,  y  el desconocido, me clavo  la mirada y en  un  no muy claro castellano,  me dijo
¿VAMOS?

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